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La crisis económica ante un nuevo desafío político
Fecha Publicación: Domingo, 28 de Agosto de 2011
Los líderes de los países desarrollados enfrentan un descrédito político por el desmanejo de la crisis financiera.¿Qué es el Tea Party? . Su impacto en los Estados Unidos. Así lo explica el excanciller argentino Dante Caputo.
La crisis económica mundial enfrenta a los países más desarrollados con un nuevo desafío político. Ha aumentado el rechazo de la opinión pública por las instituciones democráticas ¬presidentes, congresos y partidos¬ y se expanden electoralmente las fuerzas de la extrema derecha. La semana pasada, mencionamos la baja capacidad política en estos países para resolver los conflictos producidos por una acelerada transformación y crisis del sistema financiero mundial. Las finanzas y la especulación procesan y deciden más rápido que las instituciones democráticas. Esto exhibe la ineficacia de los dirigentes políticos, provocando su rechazo por la opinión pública.
El caso de Estados Unidos es muy elocuente. Los platos rotos de la costosa, peligrosa y frágil solución alcanzada hace unas semanas no los pagó sólo Barack Obama. Por cierto, su popularidad ha caído, aunque menos que para los legisladores demócratas y republicanos. Si la imagen del presidente y de los legisladores se ha deteriorado, resulta razonable deducir que el sistema político sufrió un duro golpe.
No olvidemos que en ese país la reacción a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 afectó seriamente la calidad democrática, especialmente, en el período de George W. Bush. La limitación de libertades y garantías incluidas en el Acta Patriota y la aceptación creciente de la tortura como práctica en los interrogatorios son algunos síntomas del deterioro de una sociedad que tiende a aceptar concesiones importantes en nombre del “orden y la seguridad”.
¿Quién ha ganado espacio en esta situación? La ultraderecha. En este caso, el Tea Party.
Este movimiento nació con posterioridad a que Obama asumiera el mando con la reiterada consigna: “Obama es un presidente de un solo mandato”. El nombre adoptado hace referencia a un grupo de colonos en Boston, que estuvo en el origen del movimiento independentista con una protesta, a comienzos de la década de 1770, contra los impuestos de la metrópolis británica para gravar el té. El nombre “Tea Party” evoca el espíritu nacionalista, la independencia del poder central y el rechazo a los impuestos. Estos son sus tres pilares doctrinarios.
En estos años, se han producido en Estados Unidos dos movimientos populares similares en la forma y opuestos en los contenidos. Ambos tienen su origen en nuestra idea inicial, la incapacidad del sistema político para resolver las consecuencias sociales de las crisis económicas. El primero, nació como una reacción a los años Bush, emergiendo con fuerza con el derrumbe financiero iniciado en 2007.
La respuesta social fue una demanda de cambio profundo que se gestó en los movimientos sociales y se encarnó en la figura de Obama. Tan fuerte fue el proceso que primero venció a los Clinton en la primaria demócrata, luego barrió a los republicanos en la general y colocó al primer presidente negro de Estados Unidos. Ahora, cuando esa apuesta parece desilusionar, el péndulo va para el lado opuesto. Así se expande el segundo movimiento popular, el Tea Party.
La idea de que esta fuerza pudiera gobernar es difícil de aceptar. Pero tampoco, hace diez años, era imaginable que un presidente negro ocupara la Casa Blanca. Para muchos, me incluyo, esto último era un signo promisorio y esperanzador de transformación. Lo primero es una angustiante posibilidad dramática para Estados Unidos y para el mundo.
El fin de semana pasado hubo un simulacro de internas en Iowa donde participaron varios precandidatos republicanos. La diputada Michele Bachmann, una de los líderes del Tea Party, ganó. Difícilmente quede espacio a su derecha. Una de las bases del movimiento es su apoyo a la idea del Excepcionalismo Norteamericano.
Esta es una doctrina que nació con los primeros colonos puritanos en el siglo XVII y marcó buena parte de la política de Estados Unidos. Podríamos comprimirla es una sola frase: Estados Unidos es una ex-cepción, de modo que lo que se aplica al resto de las naciones no vale para ese país. Usted ve, lector, el amplio campo que se abre para la imaginación cuando pensamos en qué política exterior podría llevarse adelante basándose en una idea semejante.
Si usted le agrega, lo que aún no ha pasado pero que sin duda sucederá, la propagación entre los estadounidenses de la idea de que China puede controlarlos, el carácter nacionalista del Tea Party encontrará una fuente inagotable de inspiración para quién sabe qué política exterior.
Por eso, cuando nos detenemos a discutir el avance de este movimiento estamos pensando en el impacto que puede tener en el sistema internacional.
El gran historiador Daniel Boorstin narra la llegada de la embarcación Arabella en 1630, que transportaba a los futuros dirigentes de la colonia de Massachusetts. Dice Boorstin que ya se expresaba allí la conciencia de los estadounidenses sobre su destino y afirma que “nunca tomó el color del fanatismo y la utopía”. ¿El futuro será igual al pasado?
Por cierto, este no es un fenómeno sólo norteamericano. En Europa, se desenvuelven sucesos similares. Vemos, por un lado, cómo se propagan protestas con una fuerte crítica a las instituciones. Por otro lado, crece también la extrema derecha. Si bien siempre existieron estos movimientos, eran, salvo excepciones, pequeños y marginales en la vida política. Eso ya no es así.
En Noruega, país estremecido hace pocos días atrás por la matanza de militantes socialdemócratas, la extrema derecha ¬el Partido del Progreso¬ representa la principal fuerza de oposición. Este era un país típico de las llamadas democracias avanzadas de Escandinavia. Casi un modelo para el mundo.
En Holanda, la derecha extrema ¬Partido por la Libertad¬ llega a casi el 30% del electorado. En Italia, los dirigentes de la Liga del Norte parte de la coalición de gobierno, apoyan abiertamente al responsable de las muertes de Noruega. En Francia, el Frente Nacional es el principal partido obrero del país. Estos son países que vivieron las experiencias del nazismo y el fascismo. Para ellos, la extrema derecha no es abstracta. Tienen una historia dramáticamente vivida. No es menor, lector, que sucedan estas cosas. Creo que el problema ya no son sólo ciertos dirigentes, sino las sociedades mismas. Mussolini, como todos sabemos, no nació de un repollo.

http://www.el-litoral.com.ar/leer_noticia.asp?IdNoticia=172110

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