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sancionesPor Giulietto Chiesa - 11 de Junio de 2015
La evidencia es más fuerte que cualquier propaganda. La visita a Italia de Putin muestra lo poco popular que es la línea USA de las sanciones anti-Rusia
El Presidente Ruso pasó – se podría decir – en medio de una oleada de simpatía y de estima que desentonaba claramente con las posiciones del G-7 que acaba de terminar en Alemania.
Y la irritación de Washington se percibió inmediatamente a través de un comunicado oficial que confirmaba en forma tajante los compromisos (sobre las sanciones que hay que mantener y, si fuera posible, acentuar en contra de Rusia) apenas asumidos, el día anterior, por el Primer Ministro Matteo Renzi en medio de los Alpes bávaros.

En Italia el Presidente Ruso pasó – se podría decir – en medio de una oleada de simpatía y de estima.
Todas las reuniones, milanesas y romanas, del Presidente ruso se caracterizaron por esta atmósfera de simpatía y de deseo de retomar los contactos políticos, económicos y culturales.
Hay que decir que Renzi demostró una notable desenvoltura y hasta alguna ‘frivolidad’ de político de raza. Incluso cuando – “amenazando en broma a Putin sobre las ambiciones italianas frente al Mundial de Fútbol de 2018 – dio a entender que Italia no apoyará decisiones “norteamericanas” en cuanto a una eventual cancelación por parte de la FIFA, del ya asignado mundial que se realizará en Moscú.
Por no hablar del coro de solicitudes de eliminar las sanciones, que representantes del mundo industrial y bancario, de Confindustria, de las mismas fuerzas políticas han visto y escuchado.
Berlusconi – el último en reunirse con Putin, en el aeropuerto, antes de su partida – anunció una propuesta parlamentaria del partido “Forza Italia” en dicho sentido. Pero se puede decir que el consenso en cuanto a este punto fue unánime.
En fin, después de un año de violentas polémicas anti-rusas, el coro – incluso el de la prensa y la televisión italiana – se transformó en una especie de himno a la “tradición de las buenas relaciones” que se querría restablecer. Es lo que se querría hacer, pero no se puede. Porque la presión de Washington se va transformando en una histeria propiamente dicha. Nadie – o muy pocos, en Europa – sigue creyendo en el cuento de la agresión rusa en contra de Ucrania. Renzi dejó caer, sin ni siquiera nombrarla, la cuestión de Crimea. Minsk-2 es el punto de referencia para Italia. Y en Minsk-2 Crimea no ha sido mencionada.
Entonces se verá, de aquí al 25 de junio, fecha de la Cumbre Europea, si Washington logrará mantener intacto el frente europeo, apenas re compactado y ya en dudas después de Roma, o bien si se encontrará frente a otras deserciones, más o menos pronunciadas, de Francia y Alemania. La señora Merkel abrazó al Barack Obama que negocia con Teherán, a pesar de que luego se encontró frente al otro Obama, que está de acuerdo con la postura extremista sobre la crisis ucraniana.
El G-7 rechaza a Putin como interlocutor. El Papa de Roma lo recibe en su casa.
Pero el viaje de Putin a Italia tuvo un efecto aún más impactante con la invitación del Papa. Las palabras diplomáticas que acompañaron la reunión en el Vaticano – por más positivas y cálidas que sean – valen menos que la evidencia clara que han mostrado a la opinión pública europea y occidental. La reunión en el Vaticano demostró –simplemente– que Francisco se quiso “desmarcar” (término futbolístico pero muy apropiado) del coro de las naciones occidentales.
Lo que pueda llegar a significar todo esto no necesita muchas explicaciones. Francisco ha elegido dialogar con los 6.000 millones de personas, y con sus gobiernos, que no forman parte de Occidente. El diálogo con Rusia forma parte de esta nueva línea de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, en la que el adjetivo que se acentúa es “apostólica”, es decir, evangelizadora. En este plano no hay espacio (o queda cada vez menos) para las ambiciones imperiales de los Estados Unidos de América.
Fuente: it.sputniknews.com/politica/20150611/541627.html

Extraído de: megachip.globalist.it

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