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Por Saverio Lodato - 7 de junio del 2017

Querido Giovanni Falcone, todo habríamos podido pensar, y prever, excepto que, con motivo del vigésimo quinto aniversario de tu sacrificio, junto al de Francesca Morvillo, Rocco Dicillo, Antonio Montinaro y Vito Schifani, el Tribunal Supremo abriría la puerta de la celda a tu verdugo, Totò Riina.

Que habría dicho tan claramente que lo que pasó, pasó.

Y que lo habría hecho pocos días después de haber santificado vuestro sacrificio en Capaci, en un muy lejano 23 de mayo de 1992.

Que nuestro Estado es lo que es, lo sabemos desde hace mucho tiempo.

Y tu, querido Giovanni, lo habías empezado a entender muy bien cuando, a raíz del  fallido atentado de Addaura contra tu persona, me hablaste abiertamente de "mentes refinadísimas".

Desde entonces mucha agua ha pasado bajo los puentes: agua siempre turbia, contaminada, envenenada. Aunque los ciudadanos quieran que corra agua finalmente limpia, cristalina, en todo lo que hace a las cuestiones de la mafia y en la lucha contra la mafia. Pero no hay manera. Es un escenario negro que no cambia más.

A pesar de que cambiaron tantas cosas. Ya nada bueno esperamos.

Que la masacre de Capaci se utiliza desde hace décadas como una oportunidad para desfiles políticos e institucionales, la gran mayoría de los italianos con cerebro, buen sentido y buena fe, lo ha entendido desde hace tiempo. Y tienen náuseas.

Cómo han entendido desde hace tiempo que si la mafia todavía existe después de un siglo y medio de su nacimiento la única explicación es que la mafia-Estado y el Estado-mafia van de la mano mientras simulan estar enfrentados. Y a la náusea se le agrega otra náusea. Esto no quiere decir que no existan magistrados e investigadores que han dedicado su existencia y su profesionalismo para que las cosas se inviertan. Al igual que hay muchos representantes de las instituciones que son personas de bien.

Pero ¿qué podemos decir hoy ante esta medida de la Corte de Casación Penal que es un duro golpe para las víctimas de Capaci y los familiares de todas las víctimas enviadas al matadero por un Totò Riina ahora "gravemente enfermo"?

Existe -dice la Corte - "el derecho a morir dignamente".

Pero es precisamente la elección de este adverbio, "dignamente", el que tanto choca en el caso de Totò Riina, quien, cuando disfrutaba de "buena salud", se comportaba como una hiena.

Otra cosa sería si los jueces hubieran reafirmado la necesidad de curarlo de "la mejor forma" y "hasta el último momento de vida".

Nadie puede restituirle la "dignidad" a Totò Riina en la muerte, ni siquiera el Tribunal Supremo. A Totò Riina, con cientos, cientos y cientos de cadáveres y matanzas sobre sus hombros, no podemos considerarlo "uno de nosotros".

Disculpen por esto.

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