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apoyo200Por Lorenzo Baldo - 8 de Noviembre de 2016

Silencio. Ensordecedor. Que llena el aire a 24 horas de la noticia de la decisión del Fiscal Nino Di Matteo de no aceptar el traslado de urgencia a la DNA (Dirección Nacional Antimafia). La “gran preocupación” de los asesores del CSM (Consejo Superior de la Magistratura) por el magistrado palermitano condenado a muerte por Cosa Nostra es como mínimo tardía y absolutamente hipócrita después de los sucesivos rechazos, por parte del organismo de autogobierno de los magistrados, de sus – legítimas – solicitudes de ascenso en su carrera de Fiscal. Su difícil decisión de quedarse en Palermo, siendo absolutamente consciente de los riesgos que corre, hace recordar las decisiones de los verdaderos servidores de un estado que en cambio considera como “cuerpos extraños” a hombres como Di Matteo, a los que hay que expulsar con todos los medios a disposición.

En un país normal el nuevo concurso, para entrar en la Dirección Nacional Antimafia, al que se presentó Di Matteo sería una mera formalidad: ese cargo le correspondería por derecho, por la experiencia adquirida y por los títulos obtenidos. En otro país, justamente. En el que no existen Jueces sobre los que pende la espada de Damocles de un plan de atentado – más vigente que nunca – para el cual ya se ha comprado el trotil pero aún no se ha descubierto dónde está escondido. Pero este es el país en el que hay muchos sepulcros blanqueados incapaces de manifestar el más mínimo gesto de solidaridad. Un país en el que  parafrasear está a la orden del día al igual que los silencios institucionales más culpables. Los de la misma magistratura en primer lugar, que, salvo raras excepciones, está lejos años luz de la herencia dejada por los muchos mártires que han vestido la toga.

Si se observa en frío la decisión del Fiscal Di Matteo se llega a pensar que este país no se merece a alguien así. No se merece a quienes siguen sacrificando toda su vida –que involucra también a los afectos familiares – con tal de descubrir una verdad incómoda, que este país no quiere, para que las muchas víctimas de un Estado-mafia obtengan justicia. Luego, cuando escuchamos sus primeras declaraciones realizadas después de la audiencia con el CSM, pensamos con rabia y dolor en el riesgo – real – que corremos de estar viendo una película que se repite. Y lo que queda es una fuerte sensación de aprensión: es imposible aceptar la idea de que se puedan llegar a repetir esas escenas de guerra que han quedado grabadas en la memoria. A menudo consideramos las decisiones de quienes solemos definir “justos” como incomprensibles, probablemente porque nos damos cuenta de las posibles consecuencias y querríamos protegerlos. En este caso la explicación de una decisión similar encierra en sí misma un verdadero acto de amor hacia las nuevas generaciones en pos de las cuales Di Matteo siempre ha trabajado. Su esfuerzo por dejar una Italia libre del chantaje político-mafioso apunta esencialmente a ellos y a todos y cada uno de los ciudadanos a los que les interesa el mejoramiento de nuestra sociedad. Un ejemplo de vida como el de él es lo que sin lugar a dudas queda más grabado en muchos jóvenes que, en este mundo en el que reinan los “mediáticos” fugaces, están en la búsqueda constante de puntos de referencia. Por lo tanto hay que brindarle un apoyo aún más consciente y determinado al trabajo de Nino Di Matteo (y de sus colegas del pool) y a su decisión de quedarse en Palermo. No será facil. Jamás lo ha sido. Pero tenemos la obligación moral de responder a este extraordinario acto de generosidad por medio de nuestra presencia consciente y operativa a favor de la búsqueda de la verdad. Mientras esperamos que le sea otorgada esa promoción para la DNA – lo más pronto posible – por sus méritos, cerrando de esta forma una vergonzosa página para nuestro Estado.

“Comprendí entonces que para cambiar el mundo hay que estar”, decía hace años Tina Anselmi: un camino que hay que seguir, hoy más que nunca, con renovado espíritu de responsabilidad.

Foto original © Paolo Bassani

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