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claudio rojas clPor Claudio Rojas desde Chile-3 de marzo de 2020

Hace cuatro meses, más de un millón doscientas mil personas salieron a las calles a decir ¡Basta! Basta de salarios miserables, basta de pensiones paupérrimas, basta al abandono de la educación pública, basta a la privatizaciones absurdas como la del agua, basta al abandono de la salud pública y al imperio mercantil de la sanidad privada, basta de policías entrando a diario en los establecimientos educacionales para golpear y torturar estudiantes, basta de ministros burlándose de la necesidad del pueblo, como un farsante ministro de educación que propuso “organizar bingos” para arreglar las aulas inundadas, u otra lumbrera que sugirió “ levantarse más temprano” para ahorrar en transporte, o ese otro iluminado que, frente a las alzas de los artículos básicos aconsejó “comprar flores porque están baratas”. Y esas más de un millón doscientas mil personas gritaron ¡Basta! a un gobierno presidido por un fantoche inepto y de reconocido prontuario delictual.

Con Sebastián Piñera el país fue definitivamente entregado a la voracidad de los empresarios y las transnacionales, algo que se empezó a fraguar durante la dictadura y fue luego intensificado por todos los gobiernos pos dictadura. Sembraron pobreza, precariedad, abandono, desesperanza, convencidos de que la fuerza del poder había anestesiado para siempre a los habitantes de la nación austral. Hasta que la ira salió a las calles a decir ¡Basta!

Ahora, el inepto, decididamente estúpido presidente, el mismo anunció "estar en guerra" y sacó tropas a las calles declara que ese más de un millón doscientas mil personas en las calles lo ha llenado de alegría, anuncia cambios de ministros y, como un patrón que echa mano al monedero, se dice dispuesto a subir los salarios, las pensiones, a frenar las alza de la electricidad, agua y transporte, y hasta a considerar que los ricos paguen algo de impuestos al Estado.

Inmediatamente después, como vieron que las movilizaciones continuaban aún después que el Gobierno dijo haber comprendido y comprometerse a trabajar en una agenda social (algo que no ha hecho ni hará), hicieron un acuerdo entre cuatro paredes y sin participación popular, para hacer un plebiscito el prox. 26 de Abril con el objeto de cambiar la Constitución, pero controlando ello el proceso.

A lo largo de estos meses han seguido las movilizaciones y entonces ellos se comienzan a llenar de miedo, por la inminente derrota en el plebiscito; como siempre el Gobierno apuesta al desgaste y a la represión. Comienza una serie de atentados de falsa bandera para criminalizar la protesta, comienza una inmensa campaña comunicacional contra el rechazo al cambio de Constitución con el miedo como principal protagonista.

Es por ello que, más allá de la operación fraudulenta de la que forma parte, el plebiscito del 26 de abril está llamado a constituir un hecho político relevante, cuya significación resultará imposible desconocer. Frente a ello, políticamente solo caben dos opciones: llamar a participar activamente en él o llamar a boicotearlo, esforzándose luego por alcanzar un resultado exitoso en la opción que se elija. Lo que claramente no cabe es ignorarlo.

¿Cuál de ambas opciones es la que permite impulsar de mejor manera la lucha por un cambio revolucionario de la sociedad en que vivimos? ¿Cuál de ellas es la que, en el contexto de la actual coyuntura, empalma más claramente con la lucha por los derechos, y aspiraciones que han movilizado al pueblo trabajador? ¿Cuál nos puede ayudar en mayor medida a elevar los actuales niveles de conciencia, organización y movilización popular?

La opción por el boicot parece tener a su favor la posibilidad de denunciar de mejor manera el carácter fraudulento del proceso constituyente "cocinado" entre gallos y medianoche por la desprestigiada y repudiada casta política. Pero, a pesar del amplio rechazo ciudadano a esta última, parece muy improbable que un llamado a boicotear el plebiscito pueda lograr la adhesión aplastantemente mayoritaria requerida para resultar exitoso.

La alternativa de llamar a concurrir a votar en el plebiscito del 26 de abril por las opciones "apruebo" y "convención constitucional" tiene, a juzgar por las encuestas, buenas chances de resultar victoriosa, pero se enfrentará luego a las variadas amarras que le ha impuesto a todo el proceso constituyente ulterior el marco institucional y legal derivado del acuerdo cocinado por el duopolio.

Para contrarrestar ese discurso, junto con denunciar y rechazar la brutal y desquiciada violencia policial, la izquierda debe rechazar también claramente los saqueos y quemas de iglesias, buses y trenes, acciones que, desprovistas de justificación política, inevitablemente generan un espontáneo y generalizado rechazo en la población, siendo utilizadas de buena gana por el poder burgués para justificar una intensificación de sus acciones represivas. Se hace hoy más necesario que nunca unir a todas las fuerzas del pueblo en una lucha multifacética y permanente por la democratización real y profunda de la sociedad en todos los planos, unidad que solo puede y debe darse sobre la base del reconocimiento pleno e irrestricto de la soberanía popular como único fundamento posible de un sistema político efectivamente democrático. La voluntad soberana del pueblo es la que debe imperar.

Es allí, en la reivindicación clara, decidida y consecuente del principio de la soberanía popular, fuente de toda legitimidad democrática, donde las fuerzas que se reclaman de la izquierda necesitan centrar todo su discurso a fin de abrir un cauce progresivo a la movilización popular actualmente en curso. Y para ello necesitan también utilizar todas las tribunas y disputar todos los espacios, sin ceder ni un solo milímetro a las fuerzas de la reacción.

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*Foto de Portada: www.tnprensalatina.com

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