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05peroncristinaLA HUMILDAD, LA GRAN AUSENTE
Miércoles 20 de junio de 2012 | Publicado en edición impresa
Las dificultades económicas del país requieren que la Presidenta reconozca y enmiende serios errores de gestión
El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner parece distanciarse más y más del ejemplo sentado por el fundador y líder del peronismo, Juan Perón, cuando en su primera gestión comprendió que la economía iba por mal camino.
En 1952, después de seis años de gastar recursos acumulados durante la Segunda Guerra, Perón se encontró con reservas peligrosamente declinantes e ingresos externos débiles. Respondió entonces con un golpe de timón. Devaluó el peso y los argentinos tuvieron que comer pan de mijo, luego de que se resolviera exportar todo el trigo que pudiera colocarse en los mercados externos. Llamó, además, a empresas petroleras extranjeras.
Esos tres datos, entre otros, alcanzan para simplificar el cambio de rumbo introducido por Perón en circunstancias en que se agravaba la situación económica y financiera argentina. Podría agregarse que confió la aplicación de las nuevas medidas a un economista de reconocida solvencia profesional como Alfredo Gómez Morales.
La Presidenta, que no se ha desentendido en estos últimos meses de lo que los indicadores económicos venían advirtiéndole desde tiempo atrás, ha acentuado, frente al desconcierto por los resultados provocados por su propio gobierno, la política ya en vigor de regulaciones, controles y ensimismamiento del país. Se ha puesto un cepo a la adquisición de dólares y se han restringido, literalmente de un día para otro, las importaciones, sin importar si los bienes trabados tenían por destino la educación popular, como son los libros; la atención médica, en su inagotable gama de insumos que requieren ser adquiridos en el exterior, o insumos indispensables para la industria local.
Perón tenía un partido político y una organización sindical inconmovibles en la decisión de acompañarlo, casi podría decirse, a cualquier lado en la mutante dirección de su destino. Esa era la magia de los cacicazgos únicos, en condiciones de hacerlo todo, menos evitar el precio final por los infortunios que hubieran suscitado. La Presidenta tiene un partido virtual y al sindicalismo fragmentado en cuatro partes diferenciadas entre sí.
Si el Perón de principios de los cincuenta daba la impresión de estar preocupado por las tasas de inflación de la época, quien comenzó su carrera bajo la advocación de su nombre observa desde otra perspectiva el problema. Cristina Kirchner niega al país y al mundo el conocimiento de las estadísticas verdaderas en una decisión sobre la que nunca nadie se había atrevido a tanto. Más aún: continúa imperturbable en la tarea de expandir el gasto público, como si se pudiera seguir hasta el infinito con la quimera.
Hagamos votos, por el bien del país, de que el entusiasmo supuestamente keynesiano, por decir lo menos, con el cual el Gobierno se atrinchera para profundizar su política económica encuentre a la brevedad la rectificación que urge. Si la expansión monetaria pudo haber sido un recurso circunstancial para zafar de la crisis de 2008/2009, los márgenes de maniobra para reiterar una operación de esa naturaleza son ahora mucho menores.
Ha dilapidado el Gobierno, en efecto, algunas de las banderas que enarbolaba con mayor orgullo, como la de los superávits gemelos. Ahora se enfrenta con un déficit fiscal en crecimiento y tiene otras variables de importancia en serio peligro. Ha echado mano de cuantas cajas tiene a la vista, en su búsqueda ansiosa de nuevos recursos, y hasta ha llegado con ese propósito a arrancar del Congreso de la Nación la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central. Nada le alcanza, sin embargo.
Allí está, en el vasto muestrario de lo que ocurre, la demanda del gobierno de Córdoba por las deudas de la Nación con los jubilados de la provincia o las angustias del gobernador bonaerense para afrontar este mes el pago de sueldos y aguinaldos, a pesar de los aumentos en la presión impositiva. O la admonición de la Corte Suprema por el incumplimiento de las decisiones judiciales de pagar a los jubilados lo que por ley se les debe, sin contar el último zarpazo: la financiación de viviendas a costa del fondo de garantía de las jubilaciones, con lo que significa comprometer aún más el porvenir de todas las familias argentinas.
Por donde se la mire, la Argentina está urgida de mayor responsabilidad en la gestión de los grandes actores políticos. Requiere con igual rapidez que reaparezca una serenidad que la alivie de las grescas continuas de su gobierno con otros gobiernos y con quienes aquí opinan de diferente manera.
Abranse, pues, las puertas para que entre de una vez al escenario nacional esa gran ausente que es la humildad, tan necesaria a la hora de reconocer y enmendar errores. Abrámosle paso con la esperanza de que su presencia alivie la ceguera de una arrogancia sin límites y se disminuya el lastre de una desmesura en los conceptos que deja sin espacio a la bondad del sentido común y la prudencia.

http://www.lanacion.com.ar/1483588-la-humildad-la-gran-ausente

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