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delta100EL ATAQUE AL DELTA
"¿Cuál es el país tan afortunado, como las Islas del Paraná, cuyos moradores vivan exentos de la pena impuesta al hombre de no gozar sino á costa de sus fatigas los productos de la tierra; sin mas trabajo que alargar la mano para recoger los abundantes dones de su suelo feraz y de sus fecundas aguas? [...]
“¡Paraná delicioso! Tú no me ofreces sino imágenes risueñas, impresiones placenteras, sublimes inspiraciones; tú me llamas á la dulce vida, la vida de la virtud y de la inocencia. ¡Cuántos goces puros! ¡Cuán deleitosas fruiciones plugo á tu Hacedor prepararnos en tu seno! En medio de tus aguas bienhechoras, de tus islas bellísimas, revestidas de flores y de frutos; entre el aroma de tus aires purísimos: en la paz y la armonía de la humilde cabaña hospitalaria de tus montes... ¡allí, allí es donde se encuentra aquel Edén perdido, aquellos dorados días que el alma anhela!”

MARCOS SASTRE (Montevideo, 1818; Buenos Aires, 1887) escribió estas palabras en 1848, en su bellísimo libro intitulado “El Tempe Argentino”, que debería volver a ser libro de texto escolar, como lo fue en algún momento en las aulas argentinas. Haciendo alusión a una mítica región de la antigua Grecia llamada Tempe, Sastre describe en forma pintoresca y no menos romántica las bellezas y las bondades de la región del Delta, al cual bautizaría precisamente con el nombre de Tempe Argentino. Nosotros también hemos tenido la oportunidad de hacer un poco nuestro ese espíritu mágico del Tempe en una reciente visita que hicimos a una de las bucólicas islas del Paicarabí, cuando incluso pudimos zambullirnos y chapotear en deltasus todavía apacibles aguas. En la época en la que Sastre escribió su libro, previa a la masiva oleada inmigratoria del Viejo Mundo que unos pocos años más tarde cambiaría por completo la fisonomía natural y social de la región del Plata, las islas del Delta del Paraná constituían una comarca prístina y aún no profanada por el hombre, siendo unas islas que “situadas casi á las puertas de la populosa Buenos Aires, se encuentran olvidadas y sin dueño”, escribía el antiguo director de la Biblioteca Pública de Buenos Aires (hoy Biblioteca Nacional). El célebre educador rioplatense vislumbraba al Delta como un lugar exento de los males que ya por entonces empezaban a aquejar al resto del Mundo (“Una mansión campestre, en un clima hermoso, embellecida con bosques sombríos y arroyos cristalinos, animada por el canto y los amores de las aves, habitada por corazones buenos y sencillos, ha sido y será siempre el halagüeño objeto de la aspiración de todas las almas...”) Es más, vislumbraba allí al Paraíso terrenal (“¡Libertad anhelada! ¡dulce reposo! ¡deliciosa correspondencia de las almas ingenuas! ¡placeres puros! ¡bálsamo del corazón! ¡al fin os he encontrado! ¿En dónde construiré mi humilde choza? Fluctúo sin resolverme entre tanto sitio encantador, como el picaflor que gira sin decidirse á elegir el ramito delicado de donde colgar su pequeño nido.”). El libro de Sastre tiene pasajes muy bellos, en una exquisita prosa poética; aunque en ciertas partes se llega incluso a la reverencia cósmica por el paisaje, el autor no estaba con todo exento de las ideas progresistas y liberales de su tiempo y animaba a sus conciudadanos a colonizar las Islas para practicar allí la “geoponia”, proponiendo una utilización mesurada de sus pródigos recursos naturales -hoy se diría “realizar una explotación sustentable y racional”. Aunque muchos de los que adherimos intransigentemente a los principios de la Ecología Profunda (Deep Ecology) ni siquiera estamos de acuerdo con esto, con todo, Sastre jamás hubiera aprobado el ataque visceral del que fueron tristemente objeto en estos últimos días las “Islas deliciosas”.
Se dice eufemísticamente que se debió a “la quema de pastizales”. Es todo muy confuso y hay una oscura guerra de intereses en el medio. En rigor de verdad –y más allá de constatar una vez más la impericia rayana en la estupidez del Estado argentino, que tardó veintiún días en decidirse a apagar el fuego y que vergonzosamente ni siquiera cuenta en toda la vasta geografía nacional con un solo avión hidrante-, no podemos saber si fue un incendio intencional o no. Probablemente haya sido provocado ex profeso, y quien o quienes hayan sido los que lo pergeñaron son -¡qué duda cabe!- sujetos infames, criminales de la peor calaña. Pero más allá de quienes hayan sido los responsables, lo cierto es que el irritante humo con monóxido de carbono, benzopireno (que es cancerígeno) y otras partículas tóxicas que venimos aspirando desde los últimos días (que ya es la peor contaminación con humo en la historia de la región), proviene del desmonte de nada menos 70.000 hectáreas en el Delta superior del Paraná, lo que de por sí es un terrible desastre ambiental generado por manos humanas, producto de un incomprensible y demencial desprecio hacia la Madre Naturaleza. Desprecio y estúpida codicia sin límites, capaz de poner sin el menor remordimiento a la biosfera tras las cuerdas antes de renunciar a las pingües ganancias que la “explotación” de la tierra proporciona -sólo para dejarla exhausta y durante varias generaciones agotada. Sea quien haya sido el piromaníaco causante del incendio, esa martirizada zona del Tempe Argentino no es para una ganadería y una agricultura intensivas y descontroladas, es para que especies de animales y plantas –que siempre vivieron en esos santuarios naturales pero que ahora se encuentran en grave peligro de extinción- (como el ciervo de los pantanos, el lobito de río, la nutria, el carpincho; 260 especies de pájaros y aves acuáticas entre las que se destacan el cisne de cuello negro, el biguá, el pato picazo, el chajá y el cuervillo de la cañada; ofidios, quelonios, mariposas e insectos, decenas de especies de sapos y ranitas, etcétera, así como la riquísima fauna ictícola de la región) sigan existiendo, puesto que si estos seres del orden natural continúan viviendo, nosotros tendremos al menos asegurada alguna esperanza de sobrevida para el futuro.
A Sastre difícilmente se le hubiera pasado por la mente que semejante Paraíso, regalo inapreciable de la Madre Naturaleza, estuviese amenazado e incluso pudiese llegar a ser destruido por futuros compatriotas suyos que no serían en absoluto dignos de llamarse “argentinos”.
“La leve canoa, al impulso de la espadilla, se desliza rápida y serena sobre la anchurosa plateada superficie, semejante á un inmenso espejo orlado con la cenefa de las hojosas y floreadas orillas, reduplicadas por el cristal de las aguas, en simétricos dibujos. El Sol brilla en su Oriente sin celajes; las aves, al grato frescor del rocío y el follaje, prolongan sus cantares matinales, y se respira un ambiente perfumado. Las islas por uno y otro lado, tan seguidas, tan contiguas, parecen las márgenes del río; pero esta gran masa de agua que hiende mi chalana, no es mas que un simple canalizo del grande Paraná, cuyas altas riberas se pierden allá, bajo el horizonte.
“A medida que adelanta la canoa, nuevas escenas aparecen á la vista hechizada, en las caprichosas ondulaciones de las costas y en los variados vejetales que las orlan. A cada momento el navegante se siente deliciosamente sorprendido por el encuentro de nuevos riachuelos, siempre bordados de plantas floridas; misteriosas sendas de brillantes y esmeraldas que transportan la imaginación á elíseos deliciosos.
“Al paso que se desenvuelven las vueltas salientes de las costas, vánse descubriendo nuevas abras y canales, frondosos arbolados y amenos bosques.
“No como aquellos montes coevos de la tierra, donde los resquebrajados troncos seculares levantan sus copas infructíferas, sofocando bajo de sí todo espíritu de vida, y ofreciendo el reino de la noche y el silencio; no, sobre este suelo de reciente formación, surcado por una red de corrientes cristalinas que fluyen sobre lechos de flores, se elevan bellos árboles y arbustos que protejen los raudales, coronando sus orillas de ópimos presentes de Flora y de Pomona; bellos árboles variados de mil formas y matices, que la vista contempla embebecida. Ya separados por familias, ó bien entremezclados, forman acá y allá espesos montes, interrumpidos por claros espaciosos que dejan gozar libremente de la luz y hermosura de los cielos. Unas veces desplegando, libremente su ramaje, se muestran con la fisonomía peculiar á cada especie; otras veces en grupos, forman umbrosos abovedados, y otras, se conservan sobre las aguas, oprimidos con la muchedumbre de sus frutos.”
El Delta del Paraná, monte blanco y último reducto de la selva en galería que se extendía desde Misiones hasta Mar del Plata, constituye una compleja planicie inundable que incluye un vasto y dinámico mosaico de humedales. El humedal es una zona donde el agua es el principal factor regulador del medio y la vida vegetal y animal asociada, y se presenta donde la capa freática se halla en la superficie terrestre o cerca de ella, o bien donde la tierra está cubierta por aguas poco profundas. Entre las funciones que cumple, se destaca el control de las inundaciones al actuar como una gran esponja que retiene los excesos de lluvias, e impide que otras zonas se inunden, además de captar el agua de lluvia que alimenta a las napas subterráneas y conservan un invaluable reservorio de vida natural; numerosos peces los utilizan para cumplir allí parte de su ciclo vital de reproducción. Asimismo, mejora la calidad del agua al filtrar y retener las sustancias tóxicas; almacena y secuestra grandes cantidades de carbono en la vegetación y sedimentos, mitigando el calentamiento global. Los humedales del Delta, debido a su elevada heterogeneidad, genera precisamente una diversidad de paisajes singular, como islas fluviales con bosques y praderas, vegetación flotante y un predominio de praderas de herbáceas; territorio de más de 700 especies de árboles y plantas nativos que constituyen el hábitat del 31 % de la avifauna de  la Argentina. ¿Para que profanarlo entonces, llevando los desperdicios y las miserias humanas, si ya es un microcosmos perfecto? Su sola existencia es una bendición –los antiguos pobladores de estos parajes, los pueblos originarios, dirían: “¡Cuidado con lo que hacéis con él! ¡Es sagrado!” No debe ser tocado. Debería ser resguardado. Sus habitantes humanos y no humanos deberían ser protegidos. ¿Por qué el Estado argentino no lo protege? ¿Qué está esperando para declararlo inmediatamente Parque Nacional? El millón de cabezas de ganado vacuno que fueron confinadas sin ningún estudio de impacto ambiental en las islas del Delta debido a la expulsión de los campos de pastoreo habituales de la Pampa húmeda (que ahora se utilizan casi con exclusividad para plantar soja), no tienen nada que hacer allí.
Los sojeros serán como dicen “hombres de ley”, pero son impiadosos con el medio ambiente: sin ahondar demasiado en el hecho de que no pocos productores despojaron y continúan despojando con artimañas jurídicas o directamente a punta de pistola a los ancestrales dueños de las tierras (la gente de los pueblos originarios, quienes al verse privados de sus medios tradicionales de subsistencia, y careciendo de un empleo formal, forzosamente tienen que ir a parar a las “villas de emergencia”, donde los más pequeños son rápidamente captados por las redes del narcotráfico y el crimen organizado, con lo que se acrecienta infernalmente el delito en las periferias de las grandes ciudades), ni siquiera las pasturas de las banquinas perdonan; donde hasta hace poco sobrevivían pajonales nativos que conservaban los pocos remanentes de la biodiversidad autóctona (que fue erradicada totalmente de los campos, con las modernas prácticas agronómicas) ahora hay cultivada soja que llega hasta el borde mismo del asfalto; ni hablar de las lagunas y los bañados que los mercaderes del agro “limpian”, rellenándolos y alisándolos, a fin de aumentar la productividad y con ello la rentabilidad de la superficie cultivable. En esos espejos de agua desde la noche de los tiempos floreció la vida; la flora y la fauna nativas encontraban un refugio y un alivio, además de formar bellamente parte de un conjunto cósmico, de un paisaje; pero ahora los desmontadores profesionales y los ingenieros agrónomos, ávidos de utilitarias  ganancias (y carentes de toda noción de ética cósmica), se ufanan de cómo secan esos bañados para que los productores cultiven sus monocultivos transgénicos potenciados con fertilizantes y guardados por herbicidas agroquímicos como los aniquiladores glifosato y endosulfán. De Buenos Aires a Córdoba y de Córdoba a Rosario, todo es un inmenso mar de soja, o, como dicen los ambientalistas: un desierto verde. Impulsada por poderosos empresarios argentinos, la mancha voraz de los cultivos transgénicos cruzó el Río de la Plata y ahora se expande triunfante por toda la superficie cultivable de la República Oriental del Uruguay. La Pampa húmeda se está pareciendo cada vez más a un campo de fútbol de césped sintético que a un silvestre paisaje natural.
Acá también puede hablarse de la ausencia de un marco regulatorio por parte del Estado, que obligue a los productores a practicar un tipo de agricultura y a usar insumos agronómicos que no dañen a la flora y a la fauna nativas. Pero en esto también el Estado argentino se lava las manos. ¿O es que en realidad a esta altura no estamos hablando sino de una ignominiosa complicidad? Lo cierto es que el Estado en vez de proteger las tierras fiscales y los parques nacionales (que no son “tierras ociosas” ni “terrenos baldíos” como se pretende maliciosa o ignorantemente), las entrega a los verdugos de  la biodiversidad, quienes a su vez ni siquiera quieren pagar su más que justo tributo al resto de la sociedad, impuesto que también debería hacerse extensivo a los otros poderosos sectores beneficiados con la “explotación” (destrucción) de la Argentina. Pan y circo para hoy y desastres, miseria y sufrimientos sin límites para el mañana.
Los comprenderíamos a los chacareros, y estaríamos con ellos si fueran agricultores tradicionales, si practicasen una agricultura no agresiva, orgánica, de rotación de los cultivos, familiar; si no le hubieran dado la espalda a la Madre Tierra para desarrollar una agricultura inhumana (ser humano viene etimológicamente de humus; si destruímos la riqueza natural del suelo nos des-humanizamos, y precisamente eso es lo que hacen las modernas prácticas agronómicas); si no sólo rugieran como lobos para reclamar sus cinco centavos de vuelto sino que fuesen solidarios también ellos con el resto de la Creación. Tal vez acaso algunos pequeños productores se salven de nuestra “incomprensión”; pero en su surtido sectorial ellos también forman parte del enmarañado tejido de intereses que, por el motivo que fuese, nos está empujando a todos, cada vez más, al borde del precipicio. (Sólo en algo le damos la razón a los dirigentes del campo: en su preocupación por saber en qué está utilizando el gobierno el dinero de las retenciones. Si ni siquiera se cuentan con los servicios de una flota como la gente de aviones hidrantes, da que pensar en qué se está empleando dicha formidable suma de dinero.)
Es muy desalentador ver como impunemente se atacan uno tras otro los puntos neurálgicos que sostienen la Vida. Eso nos deja a todos en una condición muy vulnerable. Aunque el ataque moderno a la Naturaleza ya es algo cotidiano y mundial, uno tiene todo el derecho de preguntarse: ¿qué está ocurriendo en nuestro nomos? ¿Por qué los sudamericanos en general, y los argentinos en particular, somos tan bárbaramente despreciativos hacia la tierra –hacia lo nativo, lo autóctono? ¿Será por nuestra mentalidad, por nuestra composición étnica o acaso por la ausencia de una auténtica cultura cósmica? ¿Es que todo son negocios, rentabilidad, regalías, plusvalías, inversiones –que por lo visto para muchos son incluso más sagradas que la Vida misma? Lo patético y terriblemente frustrante es que no hay ni por asomo ningún Apocalipsis programado por Dios o por la Naturaleza (¡que es Dios!); la Tierra con su biosfera y las miríadas de criaturas de todos los reinos de la Naturaleza que la conforman está preparada para seguir girando como siempre lo ha hecho durante centenares de miles de años alrededor del Sol. No tenemos por qué estar condenados, pero el ser humano moderno sí está increíblemente empeñado en que suceda lo peor y está provocando con su irresponsabilidad y su codicia desenfrenada las condiciones para un entonces sí ineluctable crepúsculo planetario, cuyo proceso lamentablemente está avanzado cada vez más vertiginosamente (con el holocausto del Delta superior avanzamos un paso más hacia el Abismo). Para que esto suceda son necesarios dos actores: la saña e inescrupulosidad de los particulares (en este caso puntual, supuestamente los ganaderos y el lobby sojero) y la negligencia, la inoperancia y la ausencia de autoridad del Estado. ¿Es qué vamos a aceptar como mansos corderos que la ignorancia y la barbarie se impongan a más de 5000 años de civilización? ¿O será que deberemos replantearnos adónde efectivamente nos condujo esta civilización moderna surgida de Occidente –habrá habido acaso en algún tramo del camino alguna “desviación fundamental”? Si fuera así, ¿dónde y cuándo se produjo –dónde y cuándo comenzó la “decadencia de Occidente”? En todo caso, la globalización no es más que la occidentalización mercantilista del Mundo –su “crepusculización”-, no por cierto su “orientalización”. Si hubiese sido Oriente el que nos hubiera globalizado (y al decir Oriente no digo Medio Oriente; digo: las civilizaciones de las antiguas India y China) hoy no estaríamos tan tristemente des-orientados. Y me pregunto, ¿qué hubiera pasado si el antiguo mundo grecorromano, en vez de con Palestina, hubiera entroncado el río de su caudal civilizatorio con el del Indostán? ¿O qué civilización tendríamos si el verbo humanístico de Cristo se hubiese fusionado en suaves ondas con la luz omniabarcadora de las Upanishads? ¿Qué Mundo hubiésemos conocido entonces? Pero estas son vanas especulaciones que no vienen al caso ahora.
Protestamos (infructuosamente) para que mejore la situación económica economía y para que haya seguridad ante el crimen, pero frente al ataque y a la socavación no menos criminal y monstruosa del oicos planetario –que es por definición el mayor y auténtico desastre con el que jamás nos hemos enfrentado- estamos desconcertados y nos demoramos en tomar medidas efectivas que le pongan fin a la devastación. Similarmente nos vemos incapaces de planificar inteligentemente el futuro. Mientras tanto el maldito carbono liberado por las actividades humanas aumenta su concentración atmosférica, el termómetro del calentamiento global trepa todos los días, los océanos se acidifican de un modo alarmante y el martirio y la destrucción del Mundo natural avanza imparable, amparado por los ciegos poderes oficiales y estatales, muchos de los cuales se consideran “progresistas”... ¿O será que el “progresismo” (mal entendido) es el principal responsable de lo que está ocurriendo?
Ahora que finalmente llegamos al fondo del callejón de la Historia, ahora que estamos en el medio de una crisis civilizatoria sin precedentes, es el momento de plantearnos o replantearnos todo esto. Y si no tenemos la madurez o las agallas necesarias para ir a fondo, bueno, entonces sigamos mirando a Susana Giménez y a Tinelli. Quizás cuando ya no haya nada más para comer, o cuando las aguas del mar estén golpeando furiosamente a nuestra puerta recién ahí tal vez reaccionemos. Pero entonces será demasiado tarde para recuperar lo que habremos perdido y para frenar un proceso que deberíamos estar ya mismo desacelerando y reorientando por los cauces adecuados. Entonces sí regiones del Planeta como el Tempe Argentino serán definitivamente el Paraíso perdido.
Estamos en la era de Mammón, y lo más triste es que muchos que aún no han renunciado nominalmente a su religión, cuando no son cómplices, miran despreocupada o cobardemente cómo gente terriblemente estúpida y sedienta de ganancias, destruye con absoluta impunidad la Creación terrestre, la supuesta “Obra” de Dios. Y si se destruye la biosfera, si se elimina cada eslabón viviente de los sistemas tróficos, nos extinguimos todos nosotros. Entonces sí es el fin del Mundo. ¿Es que estamos ya tan enajenados, tan captados por el “Sistema” que renunciamos a luchar por lo esencial? ¿Preferimos seguir apoyando un estilo de vida artificial y sobreimpuesto que finalmente acabará incluso con la misma civilización humana? ¿Vamos a entregarle a los inicuos la preciosa vida planetaria servida en bandeja? ¿Se la llevarán de arriba? ¿Qué nos está pasando?

Gustavo R. Vega
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Links de interés:

http://www.galaxio.com/spanish/paginas/ricardo_barbetti/ricardo_barbetti.htm

“Sencilla es mi canoa como mis afectos, humilde como mi espíritu. Ella boga exenta y tranquila por los apacibles arroyuelos, sin osar lanzarse á las inquietas ondas del gran río. Bien vé las naves fuertes naufragar; bien vé los floridos camalotes fluctuantes, que separados de la dulce linfa natal, de los plácidos arroyos de la patria, al empuje de las corrientes, vagan acá y allá, ora batidos y desmenuzados contra las riberas, ora arrebatados por el océano de las aguas amargas, hasta las playas estranjeras.”

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