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15planessocialesLA FRUSTRACIÓN DE RECIBIR UN PLAN, NO TENER TRABAJO Y VIVIR CON LO JUSTO
Lunes 23 de enero de 2012 | Publicado en edición impresa
Las historias de los desocupados que tienen la asistencia del Estado se repiten desde hace diez años
Juan Carlos González pasó por tantos planes sociales que le cuesta recordarlos. De 68 años, padre uruguayo y madre correntina, tuvo un plan Trabajar hasta 2002, fue jefe de hogar durante seis años, ingresó en el programa de Seguro de Desempleo en 2009 y hoy integra una cooperativa del plan Argentina Trabaja. Cuando le preguntan cómo sobrevivió la última década, frota las manos ruidosamente, y explica: "Cabeza a cabeza con los gastos". Nunca volvió a encontrar un empleo formal.
"Trabajé toda mi vida en el pavimento. Pero en 2000, ya no me daban laburo por la edad. Entonces, encontré refugio en la CCC", explica, mientras esquiva con mates el hervor que la siesta concentra en el obrador del barrio René Salamanca, que la Corriente Clasista y Combativa (CCC) construyó en los fondos de González Catán, partido de La Matanza.
En ese barrio también hicieron su casa Marcela (46) y Felipe Galván (54), que criaron 14 hijos con dos planes Trabajar de 150 pesos. Marcela percibió la misma suma luego por el Jefes y Jefas, mientras que Felipe recibió el Programa de Empleo Comunitario. Hoy, la mujer cobra una pensión por siete hijos, cercana a los 1200 pesos. El marido pelea para que le renueven el plan Agua más Trabajo, del Ministerio de Planificación Federal, con el que cavó zanjas y conectó caños en 300 cuadras de La Matanza. Como la CCC está enfrentada al kirchnerismo, la pelea no es sencilla.
Sin formación
"Hasta el 96 trabajé en una distribuidora de gaseosas, pero sólo tengo la primaria y ahora te piden estudios hasta para acomodar un paquete de yerba", se queja Felipe, quien, como Juan Carlos, también hizo los Talleres de Orientación Laboral del Seguro de Desempleo, que instrumentó el Ministerio de Desarrollo Social. Fueron "lights" , "demasiado básicos", "un repaso de lo que ya sabíamos", comentan a coro. Pero, con la asistencia, recibían 250 pesos más que los 225 del Seguro. "La platita sumaba", recuerda Juan Carlos, que en 2002 gastaba 100 de los 150 pesos del plan Trabajar en un alquiler. Hoy, si tuviera que alquilar, debería pagar entre 800 y 1000 pesos, los valores estándar de una precaria vivienda en González Catán.
Más por directivas de la CCC que por controles del Estado, Juan Carlos y Felipe refaccionaban escuelas de La Matanza como contraprestación por recibir los planes Trabajar. Los que no tenían experiencia cortaban el paso o pintaban paredes. Marcela, como otras mujeres, ayudaba en los "roperos", donde arreglaban e intercambiaban ropa. Para sobrevivir, hoy prepara comida que Felipe vende en las remiserías los fines de semana.
En 2006, sin trabajo, con un plan de 150 pesos y siete hijos a cargo, María Fruto se convirtió en albañil. "Entré a un cooperativa de vivienda: armaba pastones y paraba para amamantar a mi bebe de un mes", recuerda. El mayor de sus siete hijos, por entonces de 15 años, la ayudaba "cirujeando". Hoy cobra una pensión de 1200 pesos, pero un préstamo la deja con apenas 800.
Casi lo mismo que pasó Olga Liel, empleada doméstica hasta la crisis. Con diez hijos a su cargo, también cobra una pensión, pero sigue preparando la mezcla de cemento en una cooperativa de vivienda. Es una de las tareas que, por insalubre, suelen rechazar los hombres.
Así como defienden con determinación su voluntad de trabajar, las tres mujeres titubean al hablar de sus 31 hijos. Los más chicos van a la primaria, pero, entre los mayores, sólo unos pocos varones trabajan. Las mujeres mayores están casadas, con familia, explican. Ninguno, entre todos ellos, terminó la secundaria.

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