Por M. Cecilia Bartholin y Claudio Rojas desde Chile-10 de junio de 2020
Tras la llegada y posterior rápida proliferación del virus del Covid-19 en el territorio chileno, el virus ideológico pareció encontrar en esta crisis humanitaria un nuevo horizonte que le permitiría su supervivencia: estado de catástrofe, militares en la calle, toque de queda, cierres de fronteras; cordones sanitarios; prohibiciones de cualquier reunión u encuentro masivo; cierres de locales comerciales; cierres de instituciones; despidos masivos; evitar el contacto físico; aislamiento parcial; aislamiento total; reapertura de mall, por mencionar solo algunos de los hitos pandémicos que el capitalismo-neoliberal utilizó para lograr mantenerse en lo que es su cuna: Chile.
Nuestro país, estuvo dormido, esperó por mucho tiempo la promesa de “la alegría ya viene”, una sociedad anestesiada por el consumo, en donde las migas fueron para la mayoría y el pan entero para la avaricia de unos pocos. En el país donde se termina la tierra, al fin del mundo, la injusticia reina y es hora de hacer un −contrato social−, pero no cualquiera, ni acordado entre gallos y medianoches, por una clase política totalmente deslegitimada por el mundo social.
En marzo la pandemia estaba causando un enorme desastre sanitario en Europa, y ya habían contagiados en Chile, por tanto, el hambre que están sufriendo las familias más vulnerables es responsabilidad del actual gobierno por su falta de planificación para ayudar a quienes no pueden darse el lujo de hacer una cuarentena. Se sabía que un sector importante de la sociedad chilena no tiene las condiciones económicas para confinarse, porque esta pandemia está demostrando que jamás hemos sido un oasis en Latinoamérica, sino más bien un iceberg, en donde a simple apariencia todo es hermoso del agua hacia arriba, pero en el fondo se encuentra toda la basura de la injusticia social del modelo neoliberal instaurado a sangre y fuego en dictadura.
Muchas familias viven el mes a mes, con salarios bajos referente al alto costo de vida, pagando la educación de sus hijos, comida, transporte o la hipoteca. La triste realidad de la mayoría de nuestros compatriotas es trabajar para sobrevivir y pagar deudas. La mayoría de los adultos mayores reciben jubilaciones que no dan para tener una vida digna y feliz en las últimas décadas de sus vidas (por el contrario, jubilarse es caer en la miseria absoluta). Entonces con toda esa precariedad es imposible hacer una cuarentena sin una ayuda potente del Estado, asistiendo directamente a las familias más proclives para disminuir el contagio del coronavirus.
Chile hambriento y enfermo, desnudo de los falsos oropeles que el yugo neoliberal ataba a su cuello, se prepara para lo peor. ¿Qué viene? ¿El estallido del hambre y cesantía post pandemia, o la irrupción de una alternativa revolucionaria? El Estado tiene conciencia que octubre del año pasado fue el comienzo del fin. No sólo ocurrió un “estallido social”, como lo bautizó la lexicografía mediática. La violencia del 18 de octubre y la marcha una semana después de un millón doscientas mil personas que exigían terminar con la institucionalidad de los privilegios, forman parte de un proceso insurreccional. Se caracteriza por su pluriclasismo y por su prolongación soterrada en el tiempo.
Mientras organizaciones sociales y políticas continúan divagando en las tinieblas de la confusión, el Estado oligárquico cava trincheras y refuerza sus líneas defensivas. Se incrementan las compras de equipos, armamentos y nuevas tecnologías de inteligencia. Las adquisiciones van desde vehículos blindados para Carabineros hasta fragatas para la Armada. Las cuarentenas sanitarias y el toque de queda se utilizan para afinar los planes de ocupación militar de ciudades. Más de 20 mil efectivos del Ejército, Armada y Fuerza Aérea se han sumado a 60 mil carabineros en el patrullaje del país. En este ejercicio participa la Brigada de Operaciones Especiales (BDE) del Ejército: los temidos boinas negras, también enviados a “pacificar” La Araucanía.
Por su parte el Congreso, dócil instrumento del sistema, encuentra a sus miembros llenos del miedo de perder sus muchas comodidades a manos de la turba “que todo lo destruye” porque son “anarquistas”, entonces en sus cómodos sillones optan por defender “el sistema” apoyando todos los enclaves y proyectos que van transformando el gobierno en una dictadura formal.
El gobierno aprovecha el estado de catástrofe decretado en marzo para aceitar los engranajes de la maquinaria represiva. Sabe que el proceso insurreccional está latente. La agitación social se mueve en las ollas comunes, en los comprando juntos, en las redes sociales, en las juntas de vecinos, en miles de micro organizaciones populares que actúan bajo la costra institucional. Es el factor subjetivo que produce la masiva desobediencia civil a las autoridades sanitarias, que lamentablemente agrava la pandemia. El pueblo -aún a riesgo de su vida- desconfía de toda autoridad institucional a la que no reconoce legitimidad.
El gobierno mientras transmite que está preocupado por las cifras de la Pandemia, no presenta proyectos de ley o decreta alguna medida que vaya en ayuda a los más necesitados, cuya situación se torna cada día más dramática; opta por blindarse ante la justicia internacional por requerimiento presentado ante la Fiscalía de la CPI –Corte Penal Internacional- en La Haya; y, le puso suma urgencia al proyecto que modifica el Sistema de Inteligencia Nacional, lo que desató una ola de críticas de la oposición, académicos y del mundo de DD.HH.
Otra propuesta que forma parte de las preocupaciones del Gobierno “cambia la definición de contrainteligencia y establece que la amenaza contra la seguridad del Estado no sólo puede ser externa, sino que provenir de “grupos nacionales”, advierte la Comisión Chilena de Derechos Humanos. Además está tramitándose en la Cámara de Diputados proyecto de Ley de Inteligencia, en el cual se diseña un sistema de Inteligencia que lidera el Presidente de la República asesorado por sus ministros de Defensa, Interior, la ANI, Policías y Fuerzas Armadas. Este proyecto, sumado al de Infraestructura Crítica permite el despliegue de las FFAA por todo el territorio nacional sin la necesidad de contar con Estado de Excepción Constitucional, facultando legalmente a la Inteligencia Militar para que funcione en contra de grupos nacionales que amenacen el orden público. Si se llegan a aprobar estos proyectos el Presidente Sebastián Piñera concentraría más poder, y dispondría de un Sistema policial y militar para apuntar a quienes considere una amenaza a la seguridad del país.
Se reactiva la represión y asesinatos en el pueblo mapuche (y nadie habla de esto) con represión arbitraria y desmedida.
Nada de todo esto sirve contra la pandemia; y de paso no hace más que revelar que la política del actual gobierno está dando pasos agigantados para la eliminación definitiva del plebiscito ya postergado, y la instauración de un estado policial y militar.
El gobierno para distraer la atención de su responsabilidad en la horrible gestión de esta crisis sanitaria, está convocando a la clase política a un gran “Acuerdo Nacional”. Nuevamente, este gobierno acude a los partidos para salir del paso y éstos acuden al llamado como si la ciudadanía les tuviera la confianza necesaria para legitimar sus pactos.
Definitivamente, no escucharon nada de lo que el país en su mayoría les estaba comunicando en los meses precedentes a la llegada del virus.
En conclusión, Chile quiere ser un pueblo soberano, en donde el sentido común prime en la voluntad general de la ciudadanía, no en los intereses de unos pocos empresarios y partidos políticos. En estos momentos en donde la pandemia está causando un gran dolor en los sectores sociales más desprotegidos, el país no necesita acuerdos entre la clase política, sino reales medidas, que den un sustento contundente a las familias que no tienen los medios para hacer un estricto confinamiento e inyectar todos los recursos necesarios en nuestros hospitales públicos para impedir que sigan falleciendo más de nuestros compatriotas. El Contrato social se hará cuando el pueblo sea legítimamente soberano redactando su propia Constitución.
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*Foto de Portada: www.youtube.com
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Por Nicolás Toobe de Our Voice Paraná - 1 de junio de 2020
Estamos en un momento muy particular de la historia, en donde por causa de la pandemia que estamos atravesando, nos encontramos con una situación a nivel mundial inédita, y es que la salud ha tomado el lugar protagónico tanto en las voces de los “especialistas”, como en la de los gobernantes, o en la de las conversaciones cotidianas y espontaneas de los ciudadanos comunes de los que saben poco y nada como quien les escribe. Miles de personas, millones me animo a decir, gritan en sus casas porque de una vez por todas se ha dado la batalla que “tan poco” se podía evidenciar y que tanto se había dilatado en llegar. La batalla entre la salud y la economía. Y es que en esta contienda, la salud se encontró con un escenario ideal, todo el mundo defendiéndola a capa y espada, países y países dispuestos a sacrificarse, haciendo esfuerzos enormes para salir de esta crisis sanitaria, cumpliendo con el aislamiento obligatorio, resignando el poco trabajo que había y sobrellevando el hambre de manera más intensa que antes del Covid-19, todo para cuidarnos entre todos y todas.
Pero lo que perfilaba para ser una victoria histórica de la salud y con eso los primeros pasos para cambiar los paradigmas por los que se rige el sistema, con el pasar de los días nos fuimos dando cuenta de que era la misma historia repetida de siempre. ¿Cuándo empezamos a sospechar esto?, casi en el principio, ¿cuándo lo confirmamos?, no lo sé. Tal vez no fue un día especifico, puede que haya sido en una concatenación de varios días de confinamiento, en donde los medios de comunicación por medio de los sinfines de dispositivos tecnológicos, que son una suerte de guarda cárceles en este toque de queda virtual, muestran el avance de la pandemia y en sus encabezados ilustran en tiempo real las 24 hs del día los fallecidos, contagiados y recuperados en Argentina y en todo el mundo, mostrando obviamente el pánico y la desesperación de otros países que solo se ve interrumpida por la placa de “último momento” o “noticia urgente”, en donde se comunica un nuevo deceso o donde se actualiza el mapa online de los lugares con más casos positivos o con más muertos. ¿Y solo porque el virus del amarillismo de prensa se propagó más rápido que el del coronavirus, nos dimos cuenta de que algo andaba mal? No. Concretamente nos dimos cuenta de que nada cambiaria, o si cambiaria seria para peor, cuando la política sumisa y la ciencia obediente a este sistema capitalista miraron para otro lado y trataron y tratan de desviar la atención con violentas oleadas de (des)información ante la pregunta casi obligada de cualquiera de nosotros, ¿cuáles son las causas de la pandemia?
Decenas de documentales en 3D que cuentan la historia del murciélago mostrando como mordió al humano y como el virus viajo a diferentes partes del cuerpo para después diseminarse por todo el terráqueo, programas que te enseñan a hacer barbijos o tapa bocas con diseños personalizados para que la gente no puede estornudarse en la cara pero que si se vea la consigna a la que nos encolumnamos para diferenciarnos y dividirnos aun en los peores momentos de la humanidad, bloques con recetas de comidas para elevar las defensas del sistema inmunológico, 10 formas de hacer alcohol en gel, 10.000 formas de comprar sin salir de tu casa, 20.000 para ocupar el tiempo de manera más productiva, nuevas aplicaciones para hacer videos llamadas, personal training virtuales para mantenerse en forma en la cuarentena y un hilo conductor hilvanando todo el contenido consumible detrás de nuestras pantallas: el miedo y el ansia de seguridad personal. Este segundo suele sacar lo peor de las personas, incluyendo la renuncia a la libertad propia y el atentar contra la ajena. El primero, es el elemento fundamental y base de todo autoritarismo.
Pero ya ven, otra vez, que fácil que es perder de vista la pregunta primogénita de toda esta cuestión ¿cuáles son las causas de la pandemia?
Dejando de lado un momento toda idea conspirativa, que con esto no queremos decir que no haya en otros temas conspiraciones o que en este mismo tema no se perfile toda una seria de especulaciones y de reconfiguración de un nuevo orden mundial como tanto le gustaría a nuestro buen amigo Henry Kissinger, debemos dejar de lado la suposición de que el virus fue creado en un laboratorio con el objetivo de iniciar una guerra bacteriológica, por la sencilla razón de que al sistema no le sirven las personas muertas, sino las personas que consumen, incluso a la industria farmacéutica no le conviene la gente fallecida, si las que están enfermas de por vida para poder vender sus productos. Pero además de este que podrían juzgar como pobre argumento, está el del hecho de que la mayoría de gente infectada o muerta, no proviene de los escalafones bajos o populares, sino que en muchos casos, de altas castas político-económicas de las potencias mundiales ¿con esto que quiero decir?: el virus no discrimina entre ricos y pobres, no diferencia entre oprimidos y opresores, no presta atención si eres de tal partido político o si provienesh de una religión o de otra. Absolutamente lo contrario a lo que si le interesa al sistema capitalista mundial en el que vivimos, en donde los beneficios a determinados lados de la calle son los que mantienen en pie a este castillo de cartas.
¿Y qué es lo que el sistema, y todos sus tentáculos se han rehusado a ver de forma sistemática en esta y todas las catástrofes a las que se ha visto azotada a la humidad?. Nuestras formas de producir y consumir, las cuales impactan sobre la salud del ambiente, de la cual depende la salud humana.
Esta crisis producida por la Covid-19 no representa un hecho fortuito o aislado, sino que emerge de condiciones que el mismo ser humano generó, por sus acciones u omisiones, ante la falta de un pensamiento crítico, provisorio y solidario.
Es fundamental buscar los ¿porqués? de esta pandemia y otras en el modelo extractivista (agronegocio, minería, explotación petrolera), el cual provocó un deterioro progresivo en la salud y redujo la capacidad de respuesta inmunológica ante diferentes agresiones. Los modos de producción explotan nuestros territorios, con la consecuente contaminación del agua, aire y suelo con agrotóxicos, microplásticos, metales pesados y gases tóxicos, imponen la deforestación con corrimiento de la frontera agrícola, la explotación animal en condiciones deplorables constituyendo un medio de cultivo ideal para la génesis de mutaciones virales.
Son incontables los estudios que demuestran en todo el mundo que este tipo de afecciones están estrechamente relacionadas con la salud de los ecosistemas.
Y en nuestro caso, en Argentina, gobiernos, tras gobiernos, tras gobiernos, respondiendo a una lógica perversa mundial han dado la espalda a la ciencia que no se vende, a la ciencia de verdad, la que está al servicio de los pueblos, como fue y como debería volver a ser. En los anteriores gobiernos, como ya hemos dejado evidenciado en otros artículos, en el de turno, dejando entre las actividades “esenciales” y “exceptuadas” durante la primera etapa de la cuarentena a la actividad agrícola, agroquímica, minera, nuclear y forestal, una decisión claramente contradictoria si de cuidar la salud se trata. Pero eso no es todo, sino que además en esas vueltas (o vuelcos) que da la vida, reaparece en escena aquel que a mediados de los años 90, en su rol de Ministro de Agricultura de la Nación, el ingeniero agrónomo Felipe Sola, quien mediante su firma dio inicio al modelo agroindustrial basado en el uso masivo de transgénicos y agrotóxicos, ocupando actualmente el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la Nación, dictaminó en el Boletín Oficial del 22 de Abril la reducción de los aranceles a la importación de productos agrotóxicos para garantizar las fumigaciones de la próxima temporada de siembra de cultivos transgénicos, en tiempos de pandemia y emergencia sanitaria que ya debería incluir la ambiental. Santiago del Estero, Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires son algunas de las provincias donde el agronegocio ya arrojó venenos sobre “la población que se queda en sus casas para preservar la salud durante la cuarentena”, pero esto ya es la trágica cotidianidad de los pueblos fumigados, donde se liberan cada año alrededor de 500 millones de litros de agrotóxicos, y en cuales se preguntan ¿cuál es la salud de la que tanto hablan la que se privilegia?.
Abortos espontáneos, malformaciones congénitas, enfermedades oncológicas, problemas respiratorios y pulmonares son algunas de las consecuencias de la pandemia que castiga a estos pueblos desde hace más de dos décadas.
El periodista Dario Aranda, en uno de sus últimos artículos donde también hace foco sobre las contradicciones de la pandemia, cuenta que desde el agronegocio, “donde sobresale la Mesa de Enlace y Aapresid (Asociación de Productores de Siembra Directa) comenzaron una campaña publicitaria donde se muestran “preocupadas por la salud”: ofrecen máquinas fumigadoras para combatir el dengue, regalan silos-bolsa (plásticos gigantes donde acopian los granos) para fabricar ropa de protección de hospitales y clínicas, productores de Villa María (Córdoba) publicitaron la donación de maíz transgénico en comedores comunitarios. La empresa cordobesa Porta Hermanos, en juicio por contaminar y enfermar al barrio San Antonio, publicita una campaña de donación de “alcohol en gel solidario”. La Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (Casafe), donde participan todas las grandes empresas de agrotóxicos y transgénicos, envió una gacetilla el 7 de abril, Día Mundial de la Salud, con un llamado a lavarse las manos y cuidarse del coronavirus.”
Este es el cinismo y la desidia que contagia y corroe más hondamente que el Covid-19 y para estos personajes toda crisis es una gran oportunidad.
Los números que deja el sistema son minimizados u omitidos, los que deja el virus se lleva las primeras planas. La industria farmacéutica se relame, el nuevo orden mundial se prepara. El poder político promueve medidas de “grupo de expertos” fundadas en supuestos argumentos científico-técnicos, no políticos, que se ponen en funcionamiento mediante protocolos de actuación y no mediante leyes o normas, siempre con una mirada biologicista por sobre lo social, y estas acciones son determinadas por los comunicados que publica la OMS quien es el organismo que está gestionando la pandemia, el cual a su vez presenta un conflicto de intereses inmenso ya que es financiada por las grandes empresas farmacéuticas y por su mayor aportante, una tal Fundación Bill & Melinda Gates (dueños de Microsoft) quienes “donaron 185 millones de dólares”. El panorama no es alentador, pero poder ver con claridad, o mejor aún, poder ver lo que uno quiere ver, no lo que nos imponen, siempre nos deja un paso más cerca de la verdad y por ende de la solución. Por fuera de toda la información que nos avasalla día a día, está la leve y contundente sensación de que la crisis que estamos viviendo está lejos de ser solamente una crisis sanitaria y es una crisis sistémica del modelo capitalista y su globalización.
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*Imagen de Portada: https://images.radio.com/
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