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08qomLA PRIMAVERA, PRECARIA PATRIA DE LOS QOM
Los tobas de esa comunidad, que ganaron conocimiento por su acampe en la Capital, viven sin agua potable, en ranchos de tronco y paja.
Reclamo aborigen / LA NACION, en Formosa
Lunes 23 de mayo de 2011
Fernando Massa
Enviado especial
LAGUNA BLANCA, Formosa.- Aurelio Maldonado deja su bicicleta al costado del camino de tierra. Se mete campo adentro por un estrecho sendero que se abre entre los matorrales rumbo a su rancho, hecho de troncos de palmares y paja. La tierra todavía está húmeda por el rocío de la mañana. Unos pasos atrás, lo sigue un anciano que apenas habla castellano, pero que domina a la perfección el dialecto Qom.

La cabeza gacha, el sombrero bien calzado, Maldonado dice, sin detenerse: "Es verdad que el gobierno hizo acostumbrar mal a los aborígenes. Pero sin herramientas, ¿cómo se puede labrar la tierra? La tierra es vida? Maíz, porotos, batatas?".
A diferencia de otros miembros de la comunidad toba, a él la provincia no le construyó una casa de material ni recibe subsidios. Tampoco está pendiente de eso: sí de las novedades que traería desde Buenos Aires, sobre la lucha por tierras y agua potable que parte de La Primavera lleva adelante, su "hermano" Félix Díaz, que encabezó el campamento toba levantado en pleno centro porteño, en diciembre pasado, para llamar la atención de los ciudadanos de la gran ciudad sobre sus graves carencias, aquí en el norte del país.
La colonia toba La Primavera está situada a la vera de la ruta 86, en el nordeste de Formosa, y, según datos de la Municipalidad de Laguna Blanca, reúne a unos 5000 aborígenes. Esos son los datos duros que comenzaron a resonar en la opinión pública sólo a partir de una tragedia: la del 23 de noviembre pasado, cuando dos Qom y un policía provincial murieron en un enfrentamiento en el que las fuerzas formoseñas desalojaron a los aborígenes que cortaban la ruta como parte de sus reclamos.
Antes de llegar a su vivienda, Maldonado pasa frente al rancho de uno de sus seis hijos, Inocencio. Frente a la puerta, David, de cinco años, acaricia un pequeño gato atigrado, pero su abuelo le suelta una frase en Qom y el niño lo suelta. El gato pasa frente a un pozo con brasas de donde todavía sale un hilo de humo, y se mete en la casa. Dentro sólo se pueden ver dos camas de madera que forman un ángulo recto en uno de los rincones, una mesa en forma de T hecha con dos tablas, una caja con yerba, aceite, harina y fideos, ropa por todos lados, y un pequeño televisor que funciona gracias a una batería de auto.
Inocencio explica que atrás está levantando una vivienda similar a la que ya tiene porque el techo está muy deteriorado y se moja todo cuando llueve. Antes de subirse a un taxi con su bolsa y su escopeta para salir a cazar ñandúes, Aurelio dice: "Por más que muchas cosas cambien, hay que mantener la identidad". De fondo sólo se oye el acompasado sonido del viento sobre la vegetación.
El drama del agua
Cerca de allí, Jorge Koyipe no duda al decir que el principal problema que sufre, junto con su mujer y sus dos hijos pequeños, es el del agua. "El caño de agua no llega hasta acá. A veces viene un camión municipal y entrega. Mi suegro es quien nos da baldes de agua que saca de su aljibe", dice. La de los aljibes es agua de lluvia, y cuando llega la seca, se ven obligados a buscar agua de los esteros. "Cuando toman agua del estero, los chicos se enferman con diarrea", dice Koyipe con vergüenza.
Los Koyipe se mantienen, principalmente, con un subsidio estatal de 800 pesos que, como envían los chicos a la escuela, puede llegar a mil. Jorge cuenta que durante el año intenta conseguir algunas changas. "Cuando hay laburo, viene el patrón en camioneta y nos pasa a buscar para ir a juntar bananas o calabacines. Eso sí: recién lo hacen cuando no tienen personal, porque primero buscan a los blancos", dice.
Detrás de la casa de los Koyipe, se abre una extensión llana y muy verde que contrasta con los bananales, los palmares y los paraísos de la zona: es un campo de soja que el suegro de Jorge le alquila a un empresario.
La casa del suegro de Koyipe es una de las tantas de material que, con aljibe incluido, el gobierno provincial levantó para algunos miembros de la comunidad. Según Virgilio Yavaré, que vive en esa casa, un empresario les paga por año 200 pesos la hectárea. "Se alquila porque no hay herramientas para cultivar", explica Virgilio, como con culpa. Koyipe confiesa que si pudiera conseguir "un pedazo de tierra" se iría a otro lado, cerca del agua potable. "Si digo que estoy bien, estoy mintiendo. Los que están con los políticos están bien."

http://www.lanacion.com.ar/1375509-la-primavera-precaria-patria-de-los-qom

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