CONTENIDOS ARCHIVADOS

Pin It

46DeraaEL HORROR DE LA DEGRADACIÓN HUMANA EN UNA CÁRCEL
Suleiman al-Khalidi
Agencia Reuters      11 de junio de 2011
AMAN.- El joven estaba colgado cabeza abajo, pálido, con espuma de saliva saliéndole de la boca. Sus quejidos sonaban más bestiales que humanos.
Esa fue una de las tantas imágenes de degradación humana de las que fui testigo durante cuatro días como renuente invitado de la inteligencia siria, cuando estuve detenido en Damasco tras informar sobre las protestas en la ciudad de Deraa, en el sur del país. A los pocos minutos de ser arrestado, estaba dentro de un edificio de los servicios de inteligencia que son conocidos como Mukhabarat. Todavía estaba en el corazón de Damasco, pero había sido transportado a un macabro mundo paralelo de oscuridad, golpizas e intimidación.
Atisbé al hombre que colgaba de sus pies mientras uno de los carceleros me escoltaba a la sala donde iba a ser interrogado. "Mire hacia abajo", me dijo. Dentro de una sala de interrogatorios, me hicieron arrodillar y me pusieron lo que pude percibir que era un neumático de auto sobre mis brazos.
Mi reporte desde Deraa, donde las protestas contra el presidente Bashar al-Assad estallaron en marzo, aparentemente no había inspirado el cariño de mis huéspedes, que me acusaban de ser un espía.
La razón formal que las autoridades le dieron a Reuters, la agencia para la que trabajo, por mi detención fue que yo no tenía el permiso laboral adecuado.
"Entonces, barato agente norteamericano -dijo el interrogador-, has venido a informar sobre la destrucción y el caos. Animal, has venido a insultar a Siria, perro."
Desde fuera de la habitación podía oír el ruido de cadenas y llantos de histeria que resuenan en mi mente hasta el día de hoy. Mis interrogadores trabajaron infatigablemente para mantenerme al límite en cada paso del proceso de interrogación durante varios días.
El inicio de la pesadilla
El 18 de marzo, cuando comenzó el caos en Deraa, crucé la frontera desde Jordania, donde había reportado para Reuters durante casi dos décadas. El 29 de marzo me arrestaron en Damasco cuando iba a encontrarme con alguien en un antiguo distrito de la capital.
Dos agentes de seguridad vestidos de civil se me acercaron y me dijeron que no ofreciera resistencia. Luego me introdujeron en una peluquería hasta que un auto blanco vino a llevarme a Mukhabarat.
Los que me interrogaban mostraron interés en dos aspectos de mis informes: que había escrito sobre ver a manifestantes quemar imágenes del difunto presidente Hafez al-Assad, padre del actual jefe del gobierno; y que escuché cánticos que atacaban a Maher al-Assad, hermano de Bashar y comandante de la Guardia Republicana.
El primer día de detención, mi interrogatorio duró ocho horas. La mayor parte del tiempo tuve los ojos tapados, pero pude ver a un hombre encapuchado gritando de dolor. Cuando le dijeron que se bajara los pantalones, vi sus genitales hinchados y atados con un cable de plástico.
"No tengo nada que decir. Sólo soy un comerciante", balbuceó el hombre. Me horroricé cuando un hombre enmascarado tomó un par de cables de un enchufe y le propinó descargas eléctricas en la cabeza.
En un momento, la persona que me gritaba que era un perro (un insulto muy fuerte para los árabes) recibió una llamada en el teléfono celular. Su tono se volvió afectuoso de inmediato: "Por supuesto, cariño, te compraré lo que quieras", dijo, pasando de torturador profesional a padre indulgente.
Los gritos me recordaban dónde estaba y qué podría ocurrir. Pensé en las miles de personas en prisiones sirias, y en cómo soportaban estar incomunicadas y ser constantemente degradadas. Pensé en el significado de la libertad para todos los árabes que vivían bajo gobiernos autocráticos en la región.
Al cuarto día de mi detención, mis huéspedes vinieron a trasladarme. Un auto me llevó a los cuarteles centrales de inteligencia en Damasco.
"Registren cada centímetro de él", dijo un hombre, mientras otros me arrastraban hacia el subsuelo. Pasé dos horas en una celda, reflexionando sobre cómo podría tolerar el encierro en los próximos meses.
Luego fui llevado a una habitación cercana. Para mi desconcierto, un hombre sofisticado con aire de autoridad me dijo: "Lo vamos a enviar de vuelta a Jordania". Más tarde, me di cuenta, al ver fotos en la prensa, de que era el mayor general Ali Mamluk, director de la Seguridad Estatal siria.
Dijo que mi reporte sobre Deraa había sido inexacto y que había perjudicado la imagen de Siria. En pocas horas, crucé la frontera y volví a casa, donde me enteré de que la familia real de Jordania había intercedido por mi liberación. Ahora, Siria está cerrada para la mayoría de los medios internacionales.

http://www.lanacion.com.ar/1380661-el-horror-de-la-degradacion-humana-en-una-carcel


REDACTORES

anna.jpgbgeorges.jpgbgiorgio.jpgbjuan.jpgblorenzo1.jpg
Copyright (c) 2009. Antimafia Dos Mil Argentina